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La Diversidad Funcional en tiempos de Covid

  • Foto del escritor: Nerea Altaba
    Nerea Altaba
  • 24 may 2021
  • 4 Min. de lectura

Nerea Altaba. Castellò

Estar encerrados en casa durante la cuarentena a supuesto impedimentos para todo el mundo, especialmente para personas con diversidad funcional. Quienes necesitan de manera imprescindible relacionarse con más gente, con el entorno y marcar unas rutinas. Problema al que se han enfrentado durante el confinamiento miles de familias, las cuales ante situaciones de brotes de ansiedad no pueden actuar como enfermeros o terapeutas. Sumado a que muchos convivientes debían compaginarlo con el teletrabajo, el cual ya de por sí resultaba estresante, según el IESE Business School, más del 40 % de los españoles se sienten "muy estresados" por el teletrabajo.

Colectivo que sufrió la cuarentena gravemente, pese a que desde el diecinueve de marzo pudieron comenzar los paseos, no se les permitía relacionarse con más gente fuera de los miembros de su casa, como compañeros o cuidadores. Siendo muy dañino para su estado anímico y físico, pudiendo llegar a autolesionarse por el estrés en trastornos como la esquizofrenia o el autismo. Una de cada cinco personas con discapacidad intelectual o del desarrollo afirma no haber mantenido contacto con ninguna persona más allá de las convivientes según la encuesta sobre el impacto de la COVID-19 entre personas con discapacidad intelectual realizada por Plena Inclusión Madrid. Patricia Sales Altabás, joven de 27 años con una diversidad cognitiva detalla que tenía ganas de salir: «me parecía un aburrimiento y un tostón, he pasado la cuarentena en casa viendo series».

Tras cuatro meses encerrados en cuatro paredes, los centros de educación especial para adultos comienzan a reabrir sus puertas con relativa normalidad. Néstor Altaba García, es técnico en actividades socioculturales (TASOC) y trabajador en el centro ATADI Maestrazgo, taller de empleo para adultos con necesidades especiales. Detalla cómo ha sido la vuelta a la nueva normalidad y define esos meses como "caóticos": «en el centro hay unos horarios establecidos, pero tienen muchas horas libres donde ellos salían para cambiar de aires, estar con otra gente y continuar su vida autónoma sin que ningún coordinador estuviera a su lado», Altaba García añade que ellos necesitan sentirse libres y esto no ha sido posible.

El mismo problema ha visto Sara, una niña de cinco años con Trastorno del Espectro Autista. Su monitora Itziar Gómez incide en que tenía muy marcadas las rutinas y le va bien seguirlas «cantar una canción al entrar, una sesión con el resto de los niños, terapia estimular y actividades sensoriales mediante pictogramas y gestos. Su rutina era levantarse e ir al cole y esto de la noche a la mañana se rompe». La profesora agrega que al variar la rutina se altera el estado emocional, le causa más rabietas y si no está tranquila no se puede trabajar la comunicación. «volveremos a las aulas, pero le volverá a costar el periodo de adaptación que suponía ir al colegio, el cual ya habíamos conseguido».

"Su rutina era levantarse e ir al cole, esto de la noche a la mañana se rompe».

Además, la maestra añade que la familia de la niña no dispone de material para trabajar con ella, y las actividades marcadas por el centro para llevar a cabo desde casa no se han podido realizar. Sumado a la falta de tiempo al tener que combinar el cuidado de la niña con el trabajo. Para Sara es fundamental el aspecto social, que es lo que más le cuesta, y esto se ha resquebrajado al no estar con más niños, apunta la educadora.

Gómez continúa explicando que los alumnos de un colegio ordinario han continuado sus labores académicas desde casa mediante las tecnologías. Pero, para los niños con algún tipo de trastorno, en la mayoría de los casos, esto ha sido tarea imposible. Itziar Gómez, también maestra en educación infantil y primaria con un máster en educación especial, nos explica la incapacidad para llevar a cabo una metodología por internet. «las videollamadas y el trabajo online quedan muy bien, pero con esta niña apenas te comunicabas en persona, ahora delante de un ordenador no va a hacer caso. A muchos autistas les encantan las nuevas tecnologías, el caso de Sara no es así, no lograríamos que estuviera frente a una pantalla, ni que estuviera una hora sentada», la monitora recalca que era imposible continuar las clases.

El centro ATADI no se ha cerrado, pero ha faltado algún personal muy beneficioso para ellos como la psicóloga o la fisioterapeuta, lo que les ha impedido desarrollar actividades como el taller de habilidad social o movilidad que les aporta autonomía. «en la parte de movilidad ha habido un pequeño retroceso por no poder salir del centro», aclara Néstor Altaba. El Terapeuta indica como se han encontrado que por miedo muchos familiares no quieren llevar al centro a sus hijos por tener alguna patología que sería muy vulnerable ante el COVID o porque prefieren que no esté en contacto con tanta gente de distintos pueblos. De igual forma, los niños con autismo también pertenecen a un colectivo de riesgo por la pandemia, ya que el no comprende el tener frio, fiebre o malestar por un constipado ocasiona que se pongan más nerviosos al no comprender qué les sucede, indica Gómez.

Al centro nombrado acudía Patricia Sales, con un 75 % de discapacidad diagnosticada, quién explica que aún no le dejan volver, en su lugar y hasta acostumbrarnos a la nueva normalidad, trabajará en un taller de empleo juvenil que realiza el Ayuntamiento de Cantavieja. «hago diferentes trabajos por el pueblo con el resto de mis compañeros, pero pintar es lo que más me gusta», dice ilusionada entre carcajadas.

Ambos monitores trabajan con personas con distintas discapacidades, en ATADI, Néstor apunta a los beneficios que les supone estar en contacto diferentes edades, culturas y pensamientos. A su vez, Altaba García corrige el término discapacidad, remarcando que ese término se ha quedado obsoleto y ahora se llama diversidad funcional intelectual o física. Quién también destaca la necesidad de no etiquetar:

«no trabajamos con síndromes, sino con las capacidades que tienen, para así sacar su potencial».

Sara también pertenece a un aula ordinaria con únicamente siete alumnos dentro de un Colegio Rural Agrupado (CRA), Itziar Gómez Vidal señala como punto favorable de esto a que aulas con muchos niños le podría causar alteraciones.


Tras un año del confinamiento domiciliario, aulas y centros especiales se han vuelto a llenar con relativa normalidad. En muchos casos su apertura ha conllevado una adaptación a la nueva situación y un continuo aprendizaje por parte de todos los integrantes de los centros. Para intentar con ello lograr una mejor, o menos mala convivencia con la Covid-19.

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