La Memoria de los Pupitres
- Nerea Altaba
- 8 may 2021
- 6 Min. de lectura
Antiguas escuelas en el Maestrazgo turolense
Nerea Altaba. Castelló
En el éxodo rural de mediados del Siglo XX las familias dejaron atrás su vida en el pueblo y un escaso sustento que les proporcionaban trabajos en el sector primario para labrarse un futuro en la ciudad, atraídos por los puestos de trabajo que conllevaba la revolución industrial. De igual forma se produjo en la Comarca del Maestrazgo y en muchas otras zonas rurales el éxodo de las masías hacia el núcleo urbano.
El ser humano por instinto va a buscar una mejora de calidad de vida, al igual que la necesidad primaria de convivir con otras personas. La mejora de transportes y caminos hicieron poco a poco que los ganaderos y agricultores pudieran vivir en el núcleo de población y desplazarse a aquellas tierras donde tenían el ganado y campos, dejando atrás una vida ermitaña, alejada en muchas ocasiones del agua corriente, luz y servicios que ya proporcionaba el pueblo. Uno de estos servicios fundamentales era la escuela.
Antes de las escuelas convencionales de hoy en día, había otro concepto de colegio. Un largo proceso donde han cambiado los hábitos y forma de vida de los vecinos del Maestrazgo turolense nos lleva a recorrer la cultura e idiosincrasia de una comarca a través de sus pupitres. Un vasto y hoy despoblado territorio situado al sureste de la provincia de Teruel, herencia de un legado histórico y de un patrimonio natural, arquitectónico, gastronómico y educativo.
En la Republica comienzan las Misiones Pedagógicas, que pretende llevar la educación a todos lugares de un país con una muy alta tasa de analfabetización, dándole una importancia a la docencia sin precedentes. Como indica María Antonia Iglesias en el libro Maestros de la República: los otros santos, los otros mártires, estas escuelas “viajeras” fueron en el medio rural para una generación y especialmente para las mujeres la única forma de adquirir una formación académica.
Al llegar la dictadura a muchos de estos docentes se les acusa de adoctrinar a los alumnos, excluyéndoles del Sistema. Aparece entonces un gran número de profesores que se ofrecen a vivir en las masías para enseñar a los niños, y en ocasiones también a desempeñar labores del campo, a cambio de un techo y un sustento. En la masía Torre Aliaga ocurrió eso, Avelino Sales cuenta como un joven que venía de muy lejos se quedó unos meses con ellos y cada quincena iba rotando de casa, donde se concentraban los niños que vivían cerca. Es por eso por lo que él y sus hermanos pudieron aprender a leer y escribir.
Poco a poco e incentivado por el extenso término municipal se van concentrando esos alumnos en pequeñas escuelas en partidas o núcleos más poblados. En Cantavieja aparece la escuela de las Casas de San Juan, la Vega, la Solana y el Carmen, la última perteneciente a Mosqueruela.
La escuela de San Juan del Barranco se crea el 14 de agosto de 1918, cuenta con edificio propio para el aula y la casa del maestro. A este colegio masovero irán niños de las Albaredas, barrio de Portell, y procedentes de masías como la Torre Julve, el Masico Monserrate, Mas de Osset (término de la Iglesuela del Cid), Mas del Rullo, La Escuela, Los Cerezos, Torre Altaba o Mas de Ibáñez. Pilar Fabregat fue maestra en la escuela, explica que iban niños de 5 a 12 años, y remarca la importancia del aula: «para muchos fue la única formación que tuvieron, donde aprendieron a leer, sumar, restar y escribir».
Recreación de la Escuela de San Juan del Barranco
Lo mismo le ocurrió a Julia Altaba, ella vivía junto a sus tres hermanos en la masía Torre el Tajar, a más de 10 km del pueblo, por lo que era inviable ir a la escuela todos los días. Hasta que en 1958 se abre la escuela de San Cristóbal de la Solana, y caminando una hora tenían la opción de ir.
Años después estas aulas dan paso a una concentración en el pueblo, un núcleo urbano que ya empezaba a estar más desarrollado. En la Comarca del Maestrazgo surgen escuelas en Mirambel, La Cañada de Benatanduz, la Cuba, Tronchón o Cuevas de Cañart, muchas de estas escuelas divididas por sexos en sus orígenes.
En la localidad de Mirambel en 1816 se creó la escuela para niñas de las Monjas Agustinas, donde se impartían conocimientos de gramática, geografía y aritmética, además de religión y labores del hogar como la costura. Mari Carmen Soler, maestra y alcaldesa del municipio apunta al valor de la reconstrucción de la escuela para los vecinos del municipio: «Mucha gente ha ido a clase con estos pupitres, y encontrarse con esas cosas del pasado les crea añoranza, están impresionados».
Escuela de niñas en Mirambel
La Escuela de La Cañada de Benatanduz estará abierta hasta febrero de 1975, ubicada en el salón del ayuntamiento que se dividirá en dos aulas, para niñas y niños. Desde 1992 situada en el edificio del hospital o Casa de los Pobres, construido en 1568. El vecino de la localidad y también antiguo alcalde Wenceslao Gargallo, comenta como fue a esa escuela hasta los 14 años, y añade: «entre semana aquí y todos domingos a misa».
La despoblación es una realidad, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el pueblo de la Cañada contaba con 410 habitantes en 1950, en 1980 bajaron a 80 y en 2020 únicamente había 35 vecinos empadronados, aunque las personas que viven todo el año son casi la mitad. Este descenso demográfico se hace muy visible en las escuelas, y Wenceslao, o como le conocen en el pueblo El tío Wenceslao muestra este hecho con cifras: «Hemos ido hasta 30 chicos a la escuela, y ahora no quedamos ni 20 en el pueblo».
Escuela de la Cañada de Benatanduz
Vista General Ábaco y pizarra de 1888 Cartel Tuberculosis
La concentración de aulas en el pueblo lleva al cierre de las escuelas masoveras, y la alternativa de cientos de niños que vivían en la masía es recorrer horas andando para llegar al pueblo o quedarse en casa de algún familiar. «Dependías de que te acogieran, casi por caridad, y en ese momento en ninguna casa sobraba nada», menciona Julia Altaba.
Por esa razón surgen las Escuelas Hogares, como su propio nombre indica, un lugar donde se imparten las clases, pero también con la función de hacer de casa a modo de internado. Un servicio que fue imprescindible para todos esos jóvenes procedentes de masías o pueblos cercanos.
Ana Mari Sales, criada en una masía, señala que para ella fue una gran oportunidad, la única opción que tuvo para ir regularmente a la escuela, añade que: «te das cuenta cuando pasa el tiempo de la importancia que supuso. Fue una segunda casa, formábamos una gran familia con los maestros y el resto de los internos».
50 años después de que fueran a esas escuelas, aquella forma de vida ha quedado en el recuerdo de muchas cabezas olvidadizas por los años. Aunque sigue habiendo una resistencia, y voces que luchan día a día porque esa tradición no caiga en el olvido, como Sonia Sánchez, técnico en patrimonio de la Comarca del Maestrazgo. Sánchez está llevando a cabo junto a Estefanía Monforte el proyecto de investigación “La Escuela de ayer para construir el Mañana”, con el objetivo de recuperar las antiguas escuelas de la Comarca.
Originado como un trabajo académico comenzó un proyecto que trasciende el papel. La recreación, y no solo física, de siete escuelas que según la también Doctora Cum Laude: «En su conjunto forman parte de un museo territorio». Dar a conocer historias y modos de vida, preservando con ello el patrimonio cultural y educativo de una región.
Cinco décadas y dos generaciones han pasado por la que era hasta el año pasado una de las dos únicas escuelas hogares en la provincia de Teruel. Proporcionó durante años un servicio imprescindible, pero igual que se deshabitaron las masías, ahora el proceso se repite y lo hacen los pueblos, no hay un número suficiente de niños como para mantener la Escuela Hogar y es por lo que en 2020 se cerraron las puertas de la Escuela Hogar de Cantavieja.
La docencia ha cambiado a lo largo el tiempo, se han retirado banderas y crucifijos de las aulas, se ha modificado el lugar donde se imparten las clases y se han introducido las tic’s. Sin embargo, ha pasado un siglo y hay cosas que aún continúan igual, así como la estructura de las aulas. Por el contrario, Ana Mari Sales sí que nota un importante giro: «Ha cambiado el concepto, para nosotros era un castigo, algo obligado que querías acabar pronto para irte. Era normal que pensáramos así si nos intentaban educar con una disciplina tan estricta que rozaba el miedo», afirma que ahora se interactúa más, el aula es más participativa, práctica y hay más profesores especializados, cuando antes era únicamente uno.
En 50 años las áreas rurales han pasado de tener cuatro escuelas por municipio a uno, y poco a poco ni eso, como el caso de Mirambel, La Cuba o Tronchón, se cierran escuelas de pueblos pequeños y se concentran en la localidad grande. Las aulas cada vez tienen menos pupitres y eso es un claro indicativo de la gente que habita la localidad.
Se suele decir que un pueblo sin escuela está destinado a desaparecer, pero una escuela sin niños tiene los días contados, siendo esto la pescadilla que se muerde la cola. Al igual que un pueblo sin servicios básicos como internet, Centro de Salud o tiendas. Por lo que uno, que no el único, de los pilares básicos para frenar esta sangría demográfica es garantizar que todos pueblos, indiferentemente del número de habitantes, tenga cubiertos los servicios fundamentales.


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