Sobrecarga de crueldad
- Érika Del Álamo
- 16 may 2021
- 1 Min. de lectura

Imagen de Igualdadanimal.org
Recuerdo disfrutar de la alegría de vivir con animales en una casa vieja de campo con una pequeña granja. Yo les sonreía, como si de personas se tratase. Corría tras las gallinas, me quedaba horas tumbada en los regazos de las vacas, abrazaba a los cerdos y acariciaba a los conejos mientras leía alguna fábula que me transportaba a sus mundos. Una pequeña niña como yo era inocente y feliz, capaz de tener amor por cualquier ser vivo que habitara en el mismo planeta que yo. Hasta que crecí, y quedó todo eso, pero vino la tristeza. Vi la realidad del mundo, y, junto a la coherencia, se fue de mí la inocencia.
No recuerdo haber pensado en que, quizá, tener a aquellos animales allí no era la mejor opción. Empecé a tener una visión del mundo más madura, y me di cuenta de la crueldad que nos invade al ser humano. ¿Cómo era posible que aquellos animales que me hacían tan feliz fueran el pasto de los seres humanos? No era capaz de entender por qué, y a día de hoy sigo sin serlo. Para mí todos somos iguales. Entonces, ¿por qué unos hacen con otros lo que quieren? ¿Por qué queremos que sufran? Preguntas sin responder que se justifican por la falta de empatía.
Por un túnel del silencio, en el que quien calla otorga, las respuestas se dejan entrever. No las hay. Solo se escuchan argumentos basados en la supervivencia, en el placer, y en la superioridad de aquellos que no pueden vivir sin los animales, pero que los hacen sufrir.
Comments