¿Da una notificación la felicidad?

Alba Lluesma. Sagunto.

Opinión| Recuerdo llegar a casa después de todo el dia en el colegio y alguna que otra actividad extraescolar. Como buena adolescente nacida a finales de los 90, el internet empezaba a formar parte de mi vida. Es curioso cómo, a pesar de estar en contacto todo el día con mis compañeros y amigos, siempre ansiaba este tiempo limitado que mis padres me permitían frente al ordenador de mesa. Siempre vigilada, tenía la misma ruta al iniciar sesión, primero Messenger y luego Tuenti, para seguir hablando con quien había estado hacía tan solo unas horas.

No recuerdo qué es lo que hablaba, ni siquiera recuerdo que tuviera cosas interesantes que decir. Tampoco recuerdo pensar que a día de hoy nuestra vida giraría y dependería de esas redes sociales que, en este primer momento, tan solo eran una inocente distracción. Recuerdo darle importancia a todas las notificaciones que tenía, a cuantas conversaciones abiertas a la vez llegaba a tener. Por tanto, no recuerdo las redes sociales sin el problema que sigue provocando hoy en día, la idealización de una vida que no es real y la necesidad de siempre querer tener o aparentar más.

Por un túnel de silencio entro, y me estremezco, cada vez que pienso que este mundo digital y algo irreal nos absorbe. Añoro aquellos tiempos en los que no dependiamos tanto de una pantalla, donde nuestro mayor problema era no salirnos al colorear. Recuerdo aquel momento en el que no recuerdar si tenía una notificación, era la felicidad.